TOTUM REVOLUTUM


EL CID (EDICIONES B, 2020) José Luis Corral, Alberto Valero

 



El esperado estreno de la serie de televisión de Amazon Prime Video sobre el Cid Campeador, tal y como se pensaba, no ha gustado a mucha gente. Por unas razones o por otras, han empezado a llover las críticas en las redes sociales; de hecho, no habíamos visto más que imágenes y vídeos promocionales de la serie y ya se había liado la polémica
(que si qué hace ahí la Joyosa de Carlo Magno, que si la aparición de los emblemas de León y Castilla suponen un anacronismo en la época cidiana… incluso algún leonés puso el grito en el cielo por lo que parecía una confusión entre el estandarte de León y el de Zaragoza, ambos con un león rampante) El caso es que, prácticamente, todo aquello que ve la luz en relación con el caballero de Vivar tiende a defraudar a mucha gente, ¿por qué será?

 

Excepciones hay, por supuesto, como aquel estudio que se publicó en 1999 de Gonzalo Martínez Díez o, más recientemente, el magnífico libro de David Porrinas; pero lo cierto es que cuando se intenta dar proyección al personaje en la ficción, ya sea cine, televisión o literatura, es difícil encontrar una aprobación ampliamente mayoritaria, al menos desde que Charlton Heston cambió el rifle por la espada para rodar un Cid manipulado al gusto de Hollywood. ¿Por qué no gustó a mucha gente –a otra mucha sí- el SIDI de Arturo Pérez-Reverte? Quizá porque era demasiado Pérez-Reverte y es difícil para muchos, entre los que me incluyo -y me encanta este autor- encontrar al Rodrigo Díaz que cabalga en la imaginación de cada uno y que ha sido alimentado con diversas referencias históricas, engrandecido con los elementos idealizados que aporta el Cantar de mio Cid que estudiábamos en el colegio, identificado con la versión que nos proporcionó la película de Anthony Mann (¡A quién no le gusta pensar que doña Jimena tenía el rostro de Sophia loren!), o incluso rechazado por la apropiación que se hizo de todo lo cidiano por parte de la dictadura franquista dando al Cid matices ideológicos muy, muy lejanos de lo que pudo ser un señor de la guerra del siglo XI.
Incluso con la serie japonesa de dibujos animados que vimos a principios de los años ochenta muchos niños disfrutábamos pensando que éramos como Ruy, el pequeño Cid. Cada uno, con los ingredientes que le
son más familiares, o con los que prefiera quedarse, se forma su propia idea de este apasionante personaje, símbolo por excelencia de una época brutal, cruel y sangrienta, pero tan apasionante como el propio Campeador.

 

Precisamente el otro día echaba un vistazo a la sección de cómic de una librería y me encontré con uno titulado El Cid. Supuse que lo habían puesto bien visible tratando de aprovechar el tirón de la serie de televisión; lo tomé en las manos para ojearlo y me sorprendió encontrar
el nombre de José Luis Corral como autor en un cómic. Bueno, me dije, la cabra tira al monte; no pude evitar hacerme con él pese a que es la adaptación al cómic de El Cid de José Luis Corral, novela que me aburrió soberanamente, pero la temática me pudo. Un buen dibujante siempre puede aportar una nueva perspectiva a una historia ya conocida, así que dejé esta vez mis expectativas en manos del ilustrador Alberto Valero.

 

Como uno de los puntos fuertes de esta novela gráfica, de hecho el
principal punto a favor, es que la ambientación es bastante aceptable
–los quisquillosos con lo del rigor histórico encontrarán cosillas puntuales, pero creo que es algo inevitable-; por otro lado, el argumento es bastante lineal: no hay tramas más allá de lo que viene siendo la vida del propio Cid Campeador (nada que ver con El Cid de Antonio Hernández en el que el protagonista es Sancho II de Castilla, siendo el joven Rodrigo su acompañante), esto permite muy bien al lector que, más allá de los mitos,  no esté familiarizado con el Cid histórico conocerlo un poco mejor; las escenas de lucha también están muy bien, se percibe una sensación de violencia bastante cruda.

 

Como puntos algo más flojillos, la ausencia de color puede ser uno de ellos, pero es algo que va en virtud del gusto del lector. A mí no me ha disgustado este aspecto, de hecho, hasta me hubiera gustado que fuese más oscuro, en blanco y negro quizá.

 

Lo que acabo de comentar hace unas líneas como un punto fuerte de cara a aproximarse a la historia del Cid es a su vez un punto flojo en el argumento: se centra en la vida del Cid Campeador, pero no desarrolla otros hilos de argumento, ni los roles de personajes antagónicos para dar mayor intensidad al relato; todo pasa por la visión de Diego, el personaje que narra la historia, sobre el Cid de forma bastante plana.

 

La estética, en general, está bien, aunque en alguna viñeta me llama la atención, por ejemplo, una mujer con un tipo de cofia que parece salida de una carroza del oeste o al Cid vistiendo algo que parece un jubón y que concuerda más con el vestuario de Juego de Tronos que con la época en la que se desarrolla el cómic.

 

 

En líneas generales, a este cómic sobre el Cid se le puede dar un aprobado, desde luego más por las
 ilustraciones que por el guion. En cualquier caso, cualquiera que le guste el tema del Cid Campeador disfrutará con él, pero como decía al principio, con este tema nunca llueve a gusto de todos ya que la fascinación por este guerrero del medievo ha sido tal que muchos quisieron verse reflejados en él: recordemos esa visión del franquismo inventando un Cid que encarnase los valores del régimen o, en un plano opuesto, los republicanos españoles del exilio que identificaban su suerte con el destierro del Cid.

 

Siempre en la memoria de una forma o de otra, hasta cuando el himno nacional tuvo letra apareció el Cid en aquellas palabras del Himno de Riego y de la versión de éste que se estableció como himno oficial durante la segunda república:

 

De nuestros ancestros

 

el orbe se admire

 

y en nosotros mire

los hijos del Cid.


PONERSE LAS BOTAS... COMO UN BEEFEATER


Me voy a poner las botas, me dije salivando al tiempo que observaba a los comensales de las otras mesas de un típico asador castellano mientras aguardaba a que llegase esa cazuela de barro con cordero asado para cuatro. Me disponía a preparar el paladar llenando la copa con Ribera del Duero cuando pensé: ¿Ponerme las botas? Me temo que lo que hoy lleve en los pies no va a afectar mucho al destino del pobre corderito.

Entonces, esto de ponerse las botas ¿de dónde sale?

Evidentemente, todos conocemos su significado: beneficiarse de algo de forma abundante o copiosa, especialmente si del yantar se trata, aunque la magia de la lengua castellana ha hecho que nos valga para casi todo. Paradójicamente, su origen está precisamente en la observación de aquellos a los que les tocaba pasar hambre, tomándose como lo                          

contrario de esta desventurada circunstancia el calzar botas. Me explico: durante los siglos XV, XVI y XVII las botas eran una prenda propia de los grupos acaudalados (tiene sentido si además es el calzado más adecuado para montar a caballo) y en esos tiempos, en España, dado el escaso desarrollo de la burguesía -y lo mal visto que estaba lo de ser emprendedor-, decir acaudalado era prácticamente sinónimo de miembro de la nobleza, o como dirían los afines al materialismo histórico: los dueños del medio de producción (la tierra) en el que tiene que partirse el lomo trabajando la mayoría de la población. En contraposición a eso de llevar botas estaban el resto de pobrecicos, de mayoría campesina, en un país eminentemente agrario, que calzaba comúnmente zapato bajo, alpargatas o sandalias.

De ahí viene esta expresión tan nuestra: ponerse las botas, ya que a aquel que calzaba botas se le identificaba como hombre potentado y, por tanto, se podía permitir alimentarse bien y a placer. Entendemos, por consiguiente, que lo de ponerse las botas es, si lo limitamos a la alimentación, comer como un noble (en principio solo comer, que antaño para el pueblo común era lo más prioritario; luego está lo de tener privilegios y lo de vivir sin necesidad de dar un palo al agua, que era lo que desearía todo español de bien en aquellos tiempos, fuese noble o plebeyo), pero, desde luego, la expresión no nació por algo que tenga relación alguna con la moda.

Curiosamente, el otro día mi compañero y amigo Félix me hizo descubrir que el término beefeater (al que normalmente la mayoría asociamos a un tío vestido de rojo que sale en la etiqueta de una botella de ginebra) tiene un origen parecido al de ponerse las botas. Parecido, que no igual, porque en cada país canalizamos las envidias de una manera distinta y los ingleses también son muy suyos. No recuerdo exactamente a santo de qué hice a mi amigo un chiste en relación a la hipotética posibilidad de terminar trabajando de beefeater en Londres, a lo que contestó que no le importaría dado que los beefeaters tenían fama de estar muy bien pagados; y es que una de las teorías del origen del nombre con el que se conoce popularmente a los miembros de la guardia de alabarderos de la Torre de Londres apunta a que eran retribuidos con carne de vaca, aunque lo más sencillo y lógico sería pensar que su sueldo era lo suficientemente sustancioso como para poder permitirse comer carne a menudo. De ahí lo de comedores de carne (beef eaters) 

Algún beneficio tenía que conllevar ganarse la vida con tan ridículo uniforme, ¿no? Al menos ellos sí podían ponerse las botas (aunque siempre les veamos con zapatos)

 



Viriato (Cascaborra, 2020) Pedro Camello, Miguel Gómez Andrea "Gol", Lola Aragón

No la fuman los celtas
tampoco los romanos.

Por eso están to' el día
liados dándose palos

            Los Porretas

 

En mi trabajo como profesor en un centro escolar de la sierra norte madrileña, cada vez que planteo a los chicos la posibilidad de leer un libro y se revuelven como si les estuviera incitando a automutilarse, toca  agachar la cabeza y, resignado, pensar: Bueno, con estos mimbres hay que hacer el cesto. A veces hasta llego a enfadarme, y no porque no lean, sino porque niegan abiertamente la posibilidad de llegar a hacerlo alguna vez. ¡Sí, hombre, no tengo yo otra cosa que hacer! Y, claro, como docente que debería encontrar la manera de motivar a los chavales para disfrutar aprendiendo, uno se frustra, hasta que alguna chica o chico decide posicionarse sobre el terreno soltando la frase: Yo leo cómics. Es justo el momento en el no puedo evitar dejar que se me escape una sonrisa viéndome obligado a decir: Yo también. Se acaba de activar una conversación entre el profe y el alumno que deja al resto de los chavales con cara estar escuchando una conversación sobre cosas frikis entre dos marcianos y que, por alguna misteriosa razón, tales cosas están ejerciendo una peculiar conexión entre su compañero y el profe de historia. La batalla no está perdida aún.

¿Qué tendrá el cómic (a mí todavía me gusta usar el término tebeo) que ha conseguido que tantos encontráramos en las viñetas, de manera precoz y sin saberlo aún, parte de nuestra vocación e interés por el pasado?

Una vez una profesora de la universidad me preguntó por qué había decidido seguir el itinerario de especialidad en Historia Antigua. Por Astérix y Obélix, contesté, siendo consciente de que mi respuesta era lo menos académico que podía pasarme por la cabeza en ese momento, pero era la verdad. Precisamente, he recordado esta anécdota estos días mientras me he dedicado a leer VIRIATO, un tebeo publicado por Cascaborra Ediciones en el que el ilustrador cacereño Pedro Camello ha dado vida al caudillo lusitano en una maravillosa obra en la que pone el guion Miguel Gómez Andrea y Lola Aragón el color. Y si una cosa me ha quedado clara es que a mis alumnos les voy a hablar de este cómic, porque hacen falta más historias como ésta, y porque hace falta también que en las programaciones y en los planes de estudio se empiece a valorar seriamente la posibilidad de introducir el cómic como una herramienta para aprender y no como un recurso esporádico. Supongo que muchos profesores de Historia que lean esto me darán la razón.

No solamente se nos presenta la historia de Viriato, su resistencia al dominio romano y su determinación por hacer frente a un enemigo que sabía que le superaba, sino que es un cómic lleno de detalles muy bien traídos por parte del dibujante: en primer lugar, he de decir que el aspecto que se ha dado a Viriato, como un fiero líder bárbaro de torso tatuado y bigotazo a lo Vercingétorix, me ha gustado bastante. ¿Tiene violencia el cómic? Sí, claro, esto va de lusitanos cabreados contra romanos cabronazos, sangre hay, pero creo que se ha cuidado mucho el tratamiento de esa violencia, es decir, se ha dado prioridad a la historia en vez de resaltar detalles que pueden caer a veces en lo excesivamente desagradable. Por ejemplo, las cabezas cortadas como trofeo, tan típicas en la Hispania céltica, aparecen, pero no como elemento visual para resaltar lo violento del relato, sino como algo que es inequívocamente propio del mundo que en este cómic se quiere representar. Si es que… en la edad del hierro no se andaban con medias tintas pero, como he dicho, se lo voy a recomendar encarecidamente a mis alumnos, por lo que tampoco es para que nadie se escandalice.

Considero también que tiene elementos preciosos que quizá escapen para muchos, pero que dejan evidencia de que el dibujante no solamente se ha documentado sino que está bien familiarizado con el tema de las panoplias y los armamentos de la época: los romanos son legionarios republicanos, no hay lóricas segmentatas ni pifias anacrónicas por el estilo como se ven en algunos documentales y que, al tratarse de un cómic, forman parte de las licencias que el dibujante podría permitirse (Mira a Frank Miller, por ejemplo, poniendo a los espartanos a combatir prácticamente desnudos) ¡Cascos beocios entre la caballería romana! Claro que sí, me ha encantado. Espadas de antenas y puñales bidiscoidales colgando del cinturón de los guerreros hispanos, cascos inspirados en aquellos ejemplares celtíberos expoliados en Aranda de Moncayo (y afortunadamente recuperados hace unos años) y los de tipo montefortino sin carrilleras, como parece ser que acostumbraban a usar los guerreros hispanos… está lleno de este tipo de detalles que hacen las delicias de aquellos a los que nos gusta la Antigüedad. También debo decir que me encanta cómo aparecen dibujadas las viñetas en las que el desarrollo de la escena está secuestrado por una lluvia que cae de forma inclemente, es impresionante cómo está representado el impacto de las gotas de lluvia sobre los rostros de los personajes, así como los colores del cielo nocturno. La única pega que le encuentro es que el guion es tan dinámico que antes de que te des cuenta ya aparece aquello de Roma no paga a traidores, ¿ya?, pues sí, se hace muy breve. Se queda uno con ganas de más y de que aparezca otro que les dé leña a los romanos, pero ya sabemos cómo fue la historia.

-¿Y qué han hecho los romanos por nosotros?

-Nos han dado la paz.

-¿La paz? ¡Que te foll…

  

En fin, hacen falta más tebeos como este. Enhorabuena a los creadores.


"Ab urbe condita", un viaje por la antigua Roma

Ab urbe condita (Desde la fundación de la ciudad) es un apasionante viaje novelado por los momentos fundamentales de la historia de la Antigua Roma desde la singular perspectiva de una de las pocas familias
romanas que pervivieron desde su fundación hasta su caída: los Valerios.

Los Valerios asistieron al nacimiento de Roma, participaron en la expulsión de los últimos reyes, instaurando la nueva República; se enfrentaron a Aníbal por el control del Mediterráneo, contemplaron el ascenso y caída de héroes y tiranos, aconsejaron, conspiraron y bebieron con emperadores y vieron caer al último de Occidente junto con el largo sueño que acompañó al más importante imperio conocido por el mundo.

Una obra conjunta con la que, guiados por la pluma de catorce autores especializados en las diferentes épocas de la Antigua Roma, miembros de la asociación Divulgadores de la Historia, seremos testigos de los momentos más importantes de su historia...
https://www.todoliteratura.es/noticia/53416/historia/ab-urbe-condita-un-viaje-por-la-antigua-roma.html
 

30 MONEDAS      Pero, ¿esto qué es?

Cuando leí por internet de qué podía tratar esto pensé inmediatamente que este rollo me va: una trama que parece girar en torno a que unos supermalos malísimos quieren dominar el mundo y tratan de juntar las treinta monedas con las que fue pagada la tradición de Judas porque reunirlas puede desatar un poder ilimitado en una conspiración en la que corren peligro de ser desvelados los secretos más celosamente guardados por la Santa Sede amenazando así los cimientos de la Iglesia y los fundamentos de una fe mantenida a lo largo de dos mil años de historia. Todo ello rodeado de inexplicables acontecimientos paranormales. Sin duda alguna, no puedo negar que me veo atraído por el tema.

Lo siguiente es echar un vistazo al trailer: MENUDA PINTAZA! Se ve que HBO se ha preocupado por una producción cuidada y una realización cuanto menos impactante. No es para menos, llevamos una racha de series españolas de calidad sorprendente y con un ritmo que te lleva a querer ver un episodio tras otro sin dar un día de tregua para digeirlo porque necesitamos más. Producciones como ANTIDISTURBIOS, HIERRO, PATRIA o la desternillante VOTA JUAN y su segunda temporada, VAMOS JUAN, entre otras, están consiguiendo que la creatividad made in Spain esté haciéndonos olvidar la ansiosa espera de las nuevas temporadas de Stranger things o Peaky Blinders e incluso que podamos llevar mejor el hacernos a la idea de que Juego de Tronos llegó a su fin.

Y ahí me lancé yo la noche del domingo, 29 de noviembre, a ver la nueva creación de Álex de la Iglesia esperando encontrarme algo a la altura de mis expectativas, aunque con reservas, claro, ya que este directo¡r me ha hecho disfrutar, reír, flipar y también, en alguna ocasión, sentirme decepcionado al no encontrarme lo que esperaba. Pertenezco a la generación que, como adolescentes de entonces, apenas tenía un referente en el cine patrio más allá de Belle Èpoque y, de repente, con invierno de 1995 llegó una experiencia que nos hizo salir de las salas de cine como si hubiéramos sido abducidos por un ovni: EL DÍA DE LA BESTIA había marcado un antes y un después en el cine español. Y como digo, De la Iglesia no siempre consiguió impresionarme del todo; como loco acudí al cine tiempo después para ver Perdita Durango y resultó ser algo totalmente distinto de lo que esperaba en aquel momento. Si además digo que soy uno de esos raros a los que no les gustó Acción Mutante o Balada triste de trompeta, no es extraño que pueda desconfiar un poco.

Como decía al principio, con la información previa que tenía sobre 30 MONEDAS y con esa temática tan atrayente, las posibilidades de que el asunto falle son limitadas, más aún si me puedo encontrar con un batiburrillo de ingredientes de El Código Da Vinci, El exorcista, La Pasión de Cristo y, ¿cómo no? El día de la bestia. Pero creo que no llevaba ni diez minutos del primer episodio cuando se acabó imponiendo la necesidad de soltar la frase: ¡¡¡PERO, ¿ESTO QUÉ ES?!!! Ni un cuarto de hora le había hecho falta a Álex de la Iglesia para dejarme totalmente descolocado. ¿Es lo que esperaba? ¡Para nada! Y eso es lo mejor de todo, que es solamente el principio porque está todo por llegar. ALUCINANTE.

La cuidadísima puesta en escena y la atmósfera que han sabido crear generan un impacto visual tremendo, se nota mucho que no se ha escatimado en recursos y el reparto es sencillamente genial. Todos, aunque me resulta especialmente gracioso Miguel Ángel Silvestre interpretando al alcalde papanatas de un pueblo de Segovia (Predaza, precioso por cierto) y, por supuesto, la transformación magistral de Eduard Fernández en el papel de Padre Vergara: sacerdote, exorcista, boxeador y expresidiario con pinta de sicario con alzacuellos.

¡Más! Estoy como loco por ver el siguiente capítulo.









BLOG ATENEA NIKE




PRESENTACIÓN DE SERVUS EN GSD INTERNATIONAL SCHOOL. FEBRERO 2019




BUENA CHARLA Y MEJOR COMPAÑÍA EN LA PRESENTACIÓN DE MADRID: GOLPE A LA VIOLENCIA DE GÉNERO




FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2014
 


 

 
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